jueves, 22 de enero de 2009

El profesor de mercantil

Hay personas que se nos cruzan en algún momento de nuestra vida y que nos aportan algo nuevo: un valor, una idea, una nueva forma de ver las cosas... Personas que contribuyen a despertar en nosotros una nueva inquietud, que nos descubren formas distintas de percibir las cosas, que nos recomiendan la lectura de algún libro que nos ha llegado muy adentro o nos prestan alguna película que jamás olvidaremos. Por estos motivos, guardamos recuerdos muy gratos de esas personas que, en algún momento de nuestras vidas, fueron importantes para nuestro desarrollo personal.
Pero hasta hace bien poco no descubrí que, en algunas ocasiones, una persona nos da algún tipo de aviso, enseñanza o lección que nos servirá de mucho para desarrollarnos y madurar en la vida, aunque no somos conscientes de ello hasta mucho tiempo después.
Son personas cuyas frases lapidarias se nos quedan en el subconsciente, las recibimos sin querer hacer apenas caso, pero años después florecen en forma de la más aplastante de las verdades.
Cuando pienso en ello, no puedo evitar recordar a un profesor que tuve en la Universidad. Alfonso era "el de mercantil", también conocido como "el malo", para distinguirlo de otro profesor de la misma asignatura -"el bueno"- que nos daba clase esporádicamente.

Alfonso era, de todos los profesores de la licenciatura, el menos enrollado con diferencia. Bueno, en realidad no era absolutamente nada enrollado. Ni era simpático con los alumnos, ni pretendía serlo. Era "borde", "malo", "nos trataba fatal", era "un amargado", "le había dejado su mujer y lo pagaba con nosotros"... "¡jo! ¡cómo se pasa Alfonso!..." era la frase más repetida en 4º y 5º de carrera...

¡Y mira que "se pasaba" Alfonso!..., nos decía cosas "terribles" como:

"Señores, me piden que les haga un examen de recuperación porque han suspendido casi todos... ¿acaso piensan que cuando trabajen ahí fuera un hombre que ha perdido 100.000 euros por su culpa les va a dar una segunda oportunidad? ... ¡Maduren!"

O como:

"Señorita, si usted no se presenta a un examen por el simple hecho de que es oral, tiene un grave problema que debería solucionar, así que ¡NO!, el examen jamás será escrito para usted"...

O como:

"Si piensan ustedes que cuando estén ahí fuera va a venir su mamá a solucionarles los problemas van listos..." (alguna madre friki había ido a hablar con él acerca de su "niño" de veinte años...)

Y también:

"¿Creen que cuando trabajen para otros van a estar tan cuidados y mimados como aquí, en la Universidad?". Cuando pronunciaba esta frase, un clásico suyo, solíamos reirnos por lo bajini, porque... ¿acaso Alfonso nos cuidaba?... ¡¡pero si era un ogro!!...

En fin... La señorita que no quería presentarse al examen oral era yo... En aquel momento me pareció terrible aquella frase que me dijo. Pero más terrible me parecía tener que recitar delante de toda la clase "los contratos mercantiles del Sánchez Calero"... Al final me las ingenié como pude para poder hacer un examen escrito y aprobé, claro. La frase que me espetó Alfonso delante de todos mis compañeros, y que tanto me humilló en su día, se borró de la primera línea de mi mente.

Años después descubrí que tenía un problema. El miedo al ridículo hacía que me costase mucho exponer mis conocimientos ante gente desconocida. Jamás se me había ocurrido pensar que yo podía tener ese problema. Nunca fui tímida y siempre fui muy habladora y extravertida... Pero sí era cierto que durante toda mi vida de estudiante traté de evitar los examenes orales... Y fue entonces cuando, por primera vez, recordé lo que me había dicho Alfonso..."el malo"... y busqué una solución al problema.

En mi vida laboral raro es el día que alguna situación cotidiana no me haga recordar alguna de las frases lapidarias de Alfonso. Todas se han cumplido. Tuve profesores muy buenos y enrollados en la universidad pero, curiosamente, al que más recuerdo es a mi, por aquel entonces, odiado profesor de mercantil... ¡qué cosas tiene la vida!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

!Hombre¡ (es la costumbre), digo !Mujer¡, me alegro de haber estado hasta ahora intercambiando opiniones con una jurista. Y no se trata de que me salga la venita corporativa, sino simplemente de manifestar un estado que siento de verdad. Además, como veo cada curso y cada día que son las mujeres juristas las que muy pronto dominarán por completo el mundo jurídico, es para estar de enhorabuena: son las más trabajadoras, las más inteligentes y las más preparadas, y eso repercutirá en un futuro en la justicia, en la abogacía, en la Administración, en la política, etc, etc. Espero que finalmente aprobaras el Mercantil con el Manual del "Sànchez Calero". Saludos

Salvia dijo...

Gracias por tus siempre amables palabras, Guillermo!
Sí, licenciada en dº, eso soy. Como mujer me halagan mucho tus palabras, aunque tampoco hay que exagerar ni discriminar positivamente... jaja! habrá de todo, más inteligentes y menos...etc...
En cuanto al DºMercantil, mi tan odiada asignatura de la carrera, si hubiera sabido antes lo útil que resulta en mi vida laboral cotidina, hubiese puesto todo mi empeño en no odiarla tanto!!
Lo mismo opino del dº financiero (la segunda más odiada... y lo siento por la parte que te toca...)
Saludos

mariposa dijo...

Si creo que todos hemos tenido un "Alfonso" en nuestras vidas, o por lo menos muchos si, entre los que me cuento, el mío fue mi profesor de latín en bachillerato, aquel hombre era muy exigente, y aunque en su momento no lo entendí, ahora sé por qué actuaba así con nosotros, y me alegro de haberlo conocido..un beso