martes, 30 de diciembre de 2008

Las recetas de nuestra vida

Como mandan los cánones, cada uno opina que su madre es la mejor cocinera del mundo. ¡Pero es que en mi caso lo es de verdad!...
Bromas aparte, es curioso cómo recurrimos con frecuencia al recuerdo de la comida que preparaba nuestra madre o padre, abuela o tía, para rememorar vivencias felices del pasado.
Llega un momento en el que nuestro estómago parece tener más memoria que nuestro propio cerebro. Cierto día, uno descubre que los alimentos no se cocinan solos y que para hacerlo bien son necesarias horas de esfuerzo, preparación y premeditación...
Tras varios años trabajando en la gran ciudad, con el tiempo justo para preparar soluciones alimenticias de urgencia, he aprendido a valorar hasta el guiso de mi madre que menos me gustaba, aquel al que le echaba muchas zanahorias y que yo detestaba por eso.
Las comidas que más presentes tengo de mi infancia son recetas sencillas, recordadas en mi entorno con nombres muy familiares y que automáticamente consiguen llevarme mentalmente a momentos pasados muy felices.
La "carne asada de la olla express de los viernes" me transporta a la blanca cocina setentera del primer piso de alquiler de mis padres, con la lavadora recién llegada a nuestras vidas y la enorme tele en blanco y negro, que considerábamos más un elemento de decoración que un sistema de comunicación audiovisual -sería porque tenía más mueble que pantalla...-
La "compota de manzanas con canela y azúcar" me transporta a las tardes-noches de invierno, haciendo los deberes bajo la vigilancia materna: "¡¡mamáaaaa no me da tiempoooo!!" "¡aaay, si no dejaras siempre todo para el último momento..!.".
"El arroz de tía Vene" me recuerda a las vacaciones de verano en la playa y el "pollo de la abuela Concepción" me trae directamente el recuerdo de una tranquila estampa rural, que va desde la elección de la gallina a sacrificar, hasta las horas y horas que se pasaba la abuela preparándola en la cocina de leña de su casita de aldea. Jamás nadie ha logrado hacer el pollo como ella.
Los "muñequitos de pan de la abuela Vito", horneados para sus nietas cada quince días, me recuerdan a esos días de colegio en que era la protagonista de los recreos, cuando mis amigas hacían corrillo a mi alrededor para ver como me comía un muñeco muy chulo en vez de un aburrido bocadillo.
En Nochebuena, en la casa de mis padres, es tradición cenar el "besugo al horno con salsa de limón", que mi madre borda. Me transporta a todas las Nochebuenas de mi vida. Las recientes, más tranquilas y sosegadas y las alborotadas de mi infancia: barullo de griterío infantil, el abuelo Eli que siempre abría la puerta a Papá Nöel justo cuando los nietos no estábamos:"¡¡¡Abueeeelooooo!!!! ¿¿¡¡por qué nunca nos avisaaaaas!!??
Sí, definitivamente, la memoria culinaria es de las mejores que hay para sanear nuestras mentes inundándolas de recuerdos agradables.
Ojalá llegue un día en que algún ser querido se acuerde de mí por alguno de los platos que más me gusta preparar.
Pero creo que aún tiene que pasar mucho tiempo para eso...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uf, el besugo al horno con salsa de limón... debe de estar riquísimo. Feliz año 2009.

Anónimo dijo...

Lo está, lo está, doy fe!
Feliz año, Guillermo!